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Noelia

El vínculo con Aidan se había vuelto algo tangible, como un hilo invisible que tiraba de mí constantemente hacia él. Podía sentirlo incluso cuando estábamos en habitaciones separadas, como un zumbido bajo mi piel que me recordaba su presencia. Era reconfortante y aterrador a partes iguales.

Esa mañana, mientras preparaba café en la cocina de la casa principal, sentí su mirada antes de verlo. Me giré y ahí estaba, apoyado en el marco de la puerta, observándome con esa intensidad que hacía que mi corazón se acelerara.

—Buenos días —murmuré, intentando que mi voz sonara normal.

Aidan se acercó con movimientos fluidos, como un depredador que sabe exactamente lo que quiere. Se detuvo justo detrás de mí, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo.

—¿Dormiste bien? —preguntó, su aliento rozando mi nuca.

—Sabes que sí —respondí, recordando cómo me había quedado dormida entre sus brazos la noche anterior.

Sus manos se posaron en mis caderas, y sentí cómo inhalaba profu
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