Aidan
La luna creciente se alzaba sobre el bosque como un ojo vigilante, bañando el claro con su luz plateada. Podía sentir su influencia en cada fibra de mi ser, llamándome, despertando al lobo que habitaba en mi interior. Pero esta noche, mi atención estaba completamente centrada en ella.
Noelia dormía en el asiento del copiloto mientras yo conducía por el sinuoso camino forestal. Su respiración era tranquila, ajena a la tormenta que se avecinaba. Había tomado una decisión irrevocable: protegerla a toda costa, incluso si eso significaba enfrentarme a mi propia manada, a mi propio pasado.
Detuve el vehículo frente a una cabaña oculta entre pinos centenarios. Este lugar había pertenecido a mi abuelo, un refugio secreto que ni siquiera el Consejo conocía. Aquí estaríamos a salvo, al menos por ahora.
—¿Dónde estamos? —murmuró Noelia, despertando lentamente.
—En un lugar seguro —respondí, acariciando suavemente su mejilla—. Nadie nos encontrará aquí.
Sus ojos, aún nublados por el sueño,