Ian se quedó de pie junto a la ventana, mirando hacia la nada con los ojos entrecerrados. La habitación estaba silenciosa, demasiado silenciosa para sus gustos. Fuera, la ciudad seguía su curso, ajena a los pensamientos que lo atormentaban. Max seguía en el hospital, su estado empeoraba con cada día que pasaba, pero Ian no podía permitirse derrumbarse por la incertidumbre. Tenía que mantener la imagen de control. No podía mostrar debilidad. Y menos ahora.
Sus manos se apretaron sobre el teléfono, el mismo que había estado revisando sin descanso, buscando alguna señal, alguna información que lo ayudara a entender cómo jugar la siguiente jugada. La situación con Richard lo tenía inquieto, aunque no lo mostraba. Su tío nunca había sido de fiar, y en cuanto Ian no tuviera el respaldo de su padre, las cosas podrían volverse peligrosas.
“Pero no tengo tiempo para eso”,
pensó Ian con brusquedad, dándose la vuelta y cruzando la habitación hasta la cama donde Emma permanecía sentada. El