Javier
—Vas a asustarla, hermana.
—¿Yo? —la sonrisa de Fernanda se ensanchó mientras se acercaba y estiraba la mano hacia Raquel—. Oh, perdón. A veces puedo ser un poco traviesa.
El miedo no se borró del rostro de Raquel. Estaba claro que no se había tragado la excusa.
—Ignora a mi hermana —la tranquilicé.
—Así que… —Fernanda movió un dedo entre Raquel y yo—. ¿Cuándo pasó todo esto?
—¿Cuándo crees? Estuviste en la fiesta anoche —refunfuñé.
—Sí, estuve. Y eso significa que tuve que hablar con decenas de hombres y mujeres convencidos de que la mejor forma de llegar a ti era a través de mí. —Se volvió hacia Raquel—. Pero a ti no te vi por ningún lado.
Raquel se llevó un mechón de pelo detrás de la oreja. El rubor le subió a las mejillas, a juego con el nuevo tono rosado de sus hombros.
Había pasado horas al aire libre. Yo la había observado caminar por el jardín, pensando en ir a acompañarla. Pero después de mi debilidad en la ducha, decidí que mantener la distancia sería lo más prudente