Javier
—¿Javier? —la voz de mi padre retumbó por la casa, cada vez más cerca—. ¿Javier?
—¿Qué es lo que no sé? —Raquel nos miraba a Fernanda y a mí, de uno a otro, con el ceño fruncido.
Escuché sus pasos pesados sobre el mármol y sentí cómo el pecho se me cerraba de rabia, la misma de siempre cuando ese viejo cabrón irrumpía donde no lo habían llamado.
Fernanda fue la primera en levantarse.
Lo interceptó en la puerta y le rodeó la cintura con los brazos.
—Hola, papi.
Yo incliné la cabeza apenas.
—Hola, pa—
—¿Qué carajos acabo de oír sobre un tiroteo esta mañana? —me cortó en seco—. ¿Estabas en un barrio de mierda enfrentándote a un mercenario?
Fernanda se apartó de él y me miró boquiabierta.
—¡Me dijiste que no era nada!
—Lo manejé. No había nada que contar.
—¡Eso no es “nada”, Javier! —exclamó—. ¡Eso es un montón enorme de algo!
—Por eso no te lo dije. No estuve a punto de morir. El francotirador iba tras Raquel.
Si era posible, el rostro de Fernanda se volvió todavía más pálido.
Se