El sol de Alzhar se filtraba por los ventanales de la sala del consejo, proyectando largas sombras sobre el suelo de mármol. Khaled permanecía de pie, con la espalda recta y la mirada fija en los rostros de los ancianos sentados frente a él. Había sido convocado con urgencia, y aunque sabía perfectamente el motivo, se había presentado con la dignidad y el porte que caracterizaban a un Al-Fayad.
La sala circular, con sus columnas de piedra tallada y sus tapices ancestrales, había sido testigo de decisiones que habían moldeado el destino de Alzhar durante generaciones. Hoy, sin embargo, no se discutirían asuntos de estado, sino algo que los ancianos consideraban igual de importante: su matrimonio con Mariana.
El jeque Ibrahim Al-Masri, el más veterano del consejo, se aclaró la garganta ant