El silencio en la habitación del hospital era apenas interrumpido por el suave pitido de las máquinas que monitoreaban a Faisal. Khaled permanecía sentado junto a la cama de su hijo, observando cómo su pequeño pecho subía y bajaba con cada respiración. Los médicos habían confirmado que estaba fuera de peligro, pero insistieron en mantenerlo en observación durante la noche.
Mariana se había quedado dormida en el sillón del rincón, con la cabeza ligeramente inclinada y un mechón de cabello cayendo sobre su rostro. Khaled la contempló desde la distancia, sintiendo una mezcla de gratitud y algo más profundo que no se atrevía a nombrar.
Cuando los primeros rayos del amanecer se filtraron por las persianas, Faisal abrió los ojos. Khaled se inclinó sobre él, acariciando suavemente su frente.
—Baba —murmuró el ni&