El cielo de Alzhar se desplegaba como un manto de terciopelo negro salpicado de diamantes sobre la terraza del palacio. Mariana había extendido una gran alfombra persa sobre el suelo de mármol y colocado varios cojines de seda para que los niños se acomodaran. La brisa nocturna era perfecta, ni demasiado cálida ni demasiado fría, y traía consigo el aroma de los jazmines que crecían en los jardines inferiores.
Amira y Faisal, ya en pijama, escuchaban con atención mientras Mariana pasaba las páginas de un libro de cuentos ilustrado. La luz dorada de las lámparas de aceite que había dispuesto estratégicamente alrededor creaba un ambiente mágico, casi como si estuvieran dentro de uno de los cuentos de Las Mil y Una Noches.
—Y entonces, la princesa miró al cielo y pidió un deseo a la estrella más brillante —leyó Mariana, señalando una ilustración donde una joven de largos cabellos negros extendía sus manos hacia un cielo estrellado.
—¿Como esas estrellas, Mari? —preg