El sol de la tarde se filtraba por los ventanales del palacio, proyectando sombras alargadas sobre los mosaicos del suelo. Mariana terminaba de organizar los materiales para la clase de mañana con los niños cuando sintió una presencia en la puerta del salón de estudios. Al levantar la mirada, encontró a Layla observándola con una expresión indescifrable.
—¿Necesitas algo? —preguntó Mariana con una sonrisa amable, aunque algo en la mirada de la asistente del palacio la puso inmediatamente en alerta.
Layla entró con pasos medidos, cerrando suavemente la puerta tras ella. Su habitual eficiencia parecía haber dado paso a una tensión contenida que Mariana nunca había visto en ella.
—Señorita Mariana, ¿podríamos hablar un momento? —Su voz sonaba formal, casi ensayada.
—Por supuesto —respondió Mariana, dejando los libros sobre la mesa y ofreciéndole asiento en uno de los cojines dispuestos en el área de lectura.
Layla negó con la cabeza, prefiriendo perma