El jardín del palacio se sumía en la quietud del atardecer. Khaled observaba cómo los últimos rayos del sol teñían de dorado las flores y arbustos meticulosamente cuidados, creando un espectáculo de luces y sombras que normalmente habría apreciado. Sin embargo, esta tarde su mente estaba demasiado agitada para encontrar paz en la belleza que lo rodeaba.
Mariana caminaba a su lado, con pasos lentos y medidos. El silencio entre ellos no era incómodo, pero sí cargado de tensión, como si ambos supieran que algo importante estaba a punto de suceder. Khaled la miró de reojo, admirando cómo la luz del atardecer iluminaba su perfil, resaltando la suave curva de su mejilla y el brillo de sus ojos.
—Los niños parecen muy felices con su proyecto de ciencias —comentó Mariana, rompiendo el silencio.
Khaled asintió, agradecido por el inicio de la conversación.
—Jamás los había visto tan entusiasmados con algo relacionado con la escuela —respondió—. Tienes un don con el