4

Durante las siguientes dos semanas me recuperé físicamente de mis heridas, pero las llagas en mi rostro permanecían como recordatorios persistentes de la traición de mi hermana. Cada mañana me miraba en el espejo de bronce pulido de mi habitación, observando cómo las erupciones rojas se habían extendido hasta cubrir casi completamente el lado izquierdo de mi cara, transformándome en algo que apenas reconocía.

La Manada del Crepúsculo era vastamente diferente al hogar que había conocido. Donde la manada de Kaelen había sido rústica y práctica, esta era una máquina de precisión letal. Los territorios se extendían por millas de bosques densos y montañas escarpadas, y cada miembro parecía moverse con un propósito específico.

Vex había mantenido su distancia desde nuestra conversación inicial, apareciendo solo ocasionalmente para verificar mi progreso. Pero sus ojos siempre me evaluaban, como si estuviera esperando que revelara algún secreto que ni yo misma conocía.

Fue durante el desayuno del décimo día cuando la conocí.

Zara Nightwhisper entró al gran salón como una tormenta contenida, sus tacones resonando contra las piedras del suelo con una cadencia que exigía atención. Era hermosa de una manera que intimidaba: alta, con curvas generosas que su vestido de seda azul medianoche destacaba sin sutileza, y cabello rubio platinado que caía en ondas perfectas hasta su cintura. Pero fueron sus ojos lo que más me impresionó: verde esmeralda, y llenos de una inteligencia afilada como una navaja.

—Así que tú eres la famosa refugiada.

Su voz tenía un acento aristocrático que hablaba de educación privilegiada y años de etiqueta refinada.

Levanté la vista de mi plato de avena, consciente de cómo las llagas en mi rostro se veían a la luz del día.

—Supongo que sí.

—Qué pintoresco.

Tomó una manzana de la mesa y la mordió con dientes perfectamente blancos. El insulto fue lanzado con la delicadeza de una dama de sociedad, pero cortó igual que una bofetada directa.

—¿Hay algo específico que necesites de mí? —pregunté, manteniendo mi voz nivelada.

—Oh, solo curiosidad. Verás, mi querido primo ha estado distraído últimamente. Pasando mucho tiempo pensando en estrategias que involucran a su nueva adquisición.

Se sentó frente a mí, y su perfume llenó el aire: jazmín mezclado con algo más oscuro y especiado. Era un aroma que había sido diseñado para seducir.

—Debe ser difícil para ti, siendo tan visible ahora.

Sus ojos se fijaron deliberadamente en mis llagas.

—Espero que entiendas que en esta manada, la belleza y la fuerza van de la mano. No tenemos lugar para debilidades.

—Entiendo perfectamente dónde está mi lugar —respondí, cada palabra cuidadosamente medida.

—¿De verdad? Porque desde donde yo estoy sentada, pareces bastante fuera de tu elemento. Esta no es una manada de campesinos donde puedes fingir poderes que no tienes.

La referencia a mi pasado golpeó exactamente donde había pretendido. Sentí cómo mis mejillas se enrojecían debajo de las llagas.

—No sé de qué hablas.

—Por favor. ¿Crees que no sabemos tu historia completa? La "Luna" que no podía curar a nadie, la esposa que fue reemplazada por su propia hermana. Es casi patético.

Se inclinó hacia adelante, su voz bajando a un susurro conspiratorio.

—Pero lo que me resulta más fascinante es cómo has logrado capturar la atención de Vex. Un hombre que ha rechazado propuestas de matrimonio de las hijas de Alfas por todo el continente, súbitamente interesado en una refugiada desfigurada.

Los celos en su voz eran tan claros como cristal. Finalmente entendí el verdadero motivo de esta confrontación.

—Ah. Tú querías ser su Luna.

Su rostro se endureció, y por primera vez la máscara de cortesía aristocrática se resquebrajó ligeramente.

—Yo soy la opción lógica. Hemos crecido juntos, yo entiendo los matices del poder que él maneja, y tengo los contactos políticos que necesita para expandir su influencia. Pero en su lugar está perdiendo el tiempo con...

—¿Con qué?

Me puse de pie lentamente, sintiendo cómo algo se despertaba dentro de mí. No era la rabia ciega que había sentido durante mi confrontación con Kaelen, sino algo más frío, más controlado.

—Con una impostora que huele a fracaso y desesperación.

Las palabras resonaron en el salón, y me di cuenta de que varios miembros de la manada habían dejado de desayunar para observar el intercambio. Todos esperaban ver cómo la refugiada desfigurada reaccionaría a ser humillada públicamente por la prima del Alfa.

Pero en lugar de explotar o retirarme, sonreí.

—Tienes razón en algo, Zara. Sí huelo a desesperación. Pero no es mi desesperación lo que deberías temer.

Me acerqué hasta que estuvimos a escasos centímetros de distancia. Ella era más alta, más hermosa, más poderosa en todos los sentidos tradicionales. Pero algo en mi postura la hizo retroceder instintivamente.

—Es la desesperación de las personas que me traicionaron. Y esa desesperación está por llegar a buscarte a ti también.

—¿Me estás amenazando?

Había una nota de incertidumbre en su voz.

—Te estoy avisando. Vex me trajo aquí por una razón, y no es para competir por su afecto. Tengo información que él necesita, y una vez que la obtenga, las personas que me hicieron daño van a pagar. Si decides ponerte en mi camino...

No terminé la frase, pero dejé que el silencio hiciera el trabajo por mí.

—¿Hay algún problema aquí?

La voz de Vex cortó la tensión como una espada. Ambas nos volvimos para verlo de pie en la entrada del salón, vestido con su usual túnica negra que hacía que sus ojos azules brillaran como hielo. Su presencia llenó inmediatamente el espacio.

—Ningún problema, primo —dijo Zara, recuperando rápidamente su compostura aristocrática—. Solo estaba conociendo a nuestra huésped.

Los ojos de Vex se movieron entre nosotras dos, y tuve la sensación de que había captado exactamente lo que había estado sucediendo.

—Excelente. Seraphine, necesito que vengas conmigo. Tenemos asuntos que discutir.

—¿Asuntos? —preguntó Zara, su voz subiendo una octava—. ¿Qué clase de asuntos requieren tanto de tu atención últimamente?

Vex le dirigió una mirada que habría congelado la sangre de cualquier otro.

—Los asuntos de la manada no son de tu incumbencia a menos que yo decida lo contrario, prima. Recuerda tu lugar.

El desaire fue deliberado y público. Zara palideció, pero tuvo la sensatez de hacer una reverencia rápida antes de retirarse con la cabeza en alto, aunque sus ojos ardían de humillación.

Lo seguí fuera del salón, consciente de todas las miradas que nos seguían. Mientras caminábamos por los corredores, Vex habló sin mirarme.

—Zara puede ser intensa. Pero es leal a esta manada.

—Está enamorada de ti.

Se detuvo y me miró con una expresión imposible de descifrar.

—Los sentimientos personales no pueden interferir con los objetivos estratégicos. Espero que entiendas eso.

—Perfectamente.

—Bien.

Me llevó a su estudio privado, una habitación que respiraba poder y antigüedad. Las paredes estaban forradas con estantes llenos de libros y pergaminos, y un enorme escritorio de roble dominaba el centro. Sobre él había mapas, algunos tan viejos que el pergamino se había vuelto amarillento.

Vex se dirigió a un gabinete cerrado con llave y extrajo una botella de cristal que contenía un líquido del color de la sangre fresca.

—Has sanado bien —dijo, observándome con esa intensidad característica—. Las heridas de la caída han cerrado completamente. Las cicatrices de las cadenas apenas son visibles.

—Pero mi rostro...

—Las llagas permanecen porque el veneno de tu hermana fue diseñado específicamente para atacar tu linaje. No es algo que el tiempo pueda curar por sí solo.

Colocó la botella sobre el escritorio entre nosotros.

—Este es un purificador de sangre. Uno de los más potentes que existen. Neutralizará las toxinas que tu hermana usó para suprimir tus poderes y desfigurar tu rostro.

Miré la botella con desconfianza.

—¿Por qué ahora? Llevo aquí dos semanas.

—Porque necesitaba estar seguro de que tu cuerpo era lo suficientemente fuerte para soportar el proceso. La purificación es... intensa. Si la hubiera administrado cuando llegaste, habría matado lo poco que quedaba de ti.

Extendió la botella hacia mí.

—Pero antes de que la tomes, necesitamos formalizar nuestro acuerdo. Hasta ahora hemos operado sobre promesas vagas. Es hora de ser específicos.

Se sentó en el borde de su escritorio, mirándome directamente.

—Tú me proporcionarás mapas topográficos detallados de la manada de Kaelen. Posiciones defensivas, ubicación de graneros, rutas de patrulla, puntos débiles en sus fortificaciones. Todo lo que recuerdes.

—Ya acepté hacer eso.

—También compartirás inteligencia sobre sus aliados, sus rutas comerciales, cualquier información que pueda ser útil en una campaña prolongada.

—De acuerdo.

—Y cuando llegue el momento del ataque, lucharás a mi lado. Usarás esos poderes que apenas estás comenzando a despertar para ayudar a mis guerreros.

Asentí lentamente.

—¿Y qué obtengo yo a cambio?

—Protección absoluta dentro de mis territorios. Ningún asesino de tu hermana te alcanzará aquí. Entrenamiento riguroso para despertar tu verdadero potencial. Este purificador para neutralizar el veneno y comenzar a sanar tu rostro.

Se acercó más, y pude ver las líneas finas alrededor de sus ojos, marcas de siglos de vida que su apariencia joven casi ocultaba.

—Y venganza. Cuando ataquemos a Kaelen, tú tendrás tu momento. Podrás mirar a los ojos a aquellos que te traicionaron mientras todo lo que construyeron se derrumba a su alrededor.

Era más de lo que había esperado. Pero algo en su tono sugería que aún había más.

—¿Qué más? —pregunté directamente—. Sé que hay algo que no me estás diciendo.

Una sonrisa lenta se extendió por sus labios.

—Perspicaz. Sí, hay una condición más. Una que puede resultar... complicada.

—Dime.

Vex se apartó y caminó hacia la ventana, mirando hacia los territorios que se extendían más allá.

—En tres meses habrá un gran consejo tribal. Un evento que solo ocurre una vez cada década, donde todos los líderes de las manadas se reúnen para discutir tratados, alianzas y disputas territoriales. Kaelen asistirá, por supuesto.

Se volvió hacia mí con una expresión que mezclaba cálculo estratégico y algo más que no pude identificar.

—Necesito que me acompañes a ese consejo. Como mi Luna.

Las palabras cayeron entre nosotros como piedras en agua quieta. Me quedé mirándolo, segura de haber escuchado mal.

—¿Qué?

—No sería un matrimonio real, por supuesto. Sería un arreglo contractual, puramente estratégico. Una unión política que serviría a varios propósitos.

Comenzó a enumerar con los dedos, como si estuviera discutiendo un negocio cualquiera.

—Primero, tu aparición en el consejo como mi Luna enviará un mensaje claro a Kaelen: no solo sobreviviste, sino que has encontrado un aliado más poderoso que él. La humillación será devastadora.

—Segundo, establecerá formalmente tu protección bajo mi autoridad. Ningún líder en el consejo se atreverá a cuestionar tu seguridad una vez que seas reconocida como mi pareja.

—Tercero, legitimará tu acceso a mis recursos y entrenamiento. Habrá preguntas sobre por qué estoy invirtiendo tanto en una refugiada. Si eres mi Luna, esas preguntas desaparecen.

Se acercó hasta estar frente a mí, y pude ver cada detalle de su rostro cicatrizado.

—Y cuarto, tus poderes curativos relacionados con el acónito serán reconocidos oficialmente como un activo de la Manada del Crepúsculo. Tu hermana no podrá reclamarlos ni usarlos para su beneficio político.

—¿Y qué ganas tú con esto? —Mi voz sonó más débil de lo que pretendía.

—Acceso a tus habilidades únicas. Una Luna cuya mente no puedo leer representa una ventaja estratégica que nadie más posee. Y francamente, tu mera presencia en ese consejo desestabilizará a Kaelen de una manera que ninguna campaña militar podría lograr.

Era brillante, tenía que admitirlo. También era aterrador.

—¿Y después del consejo? ¿Después de que consigas lo que quieres de Kaelen?

—El matrimonio contractual puede ser disuelto si así lo deseas. O puede continuar si resulta mutuamente beneficioso. Eso lo decidiremos cuando llegue el momento.

Su mirada se intensificó.

—Pero entiende esto, Seraphine: si aceptas este acuerdo, estarás atándote a mí de una manera que va más allá de simples promesas. La posición de Luna, incluso contractual, conlleva responsabilidades. Expectativas. Lealtades que no pueden romperse sin consecuencias.

—¿Me estás amenazando?

—Te estoy siendo honesto. Algo que claramente no has experimentado mucho últimamente.

Tenía razón en eso. Miré la botella de purificador de sangre, luego de vuelta a Vex.

—Si acepto... si me convierto en tu Luna contractual... ¿qué pasará con Zara?

—Zara tendrá que aceptar la realidad. Sus sentimientos hacia mí, aunque comprensibles, nunca han sido correspondidos. Esta decisión no cambiará eso.

—Te odiará.

—Probablemente. Pero su odio no es mi preocupación principal en este momento.

Caminé hacia la ventana, necesitando espacio para procesar todo. Desde allí podía ver el patio de entrenamiento donde guerreros de la Manada del Crepúsculo practicaban con una precisión brutal. Más allá, los bosques se extendían hacia territorios que alguna vez había llamado hogar.

Un hogar que me había traicionado. Un esposo que me había descartado. Una hermana que había intentado destruirme.

—¿Cuánto tiempo tengo para decidir?

—El purificador funciona mejor cuando se administra con el estómago vacío. Así que diría que tienes hasta que termine esta conversación.

Su pragmatismo casi me arrancó una risa amarga.

Me volví hacia él, estudiando su rostro con la misma intensidad con la que él me estudiaba a mí. Vex Mordaine era peligroso, manipulador, y probablemente tenía motivos que aún no me había revelado. Pero también era honesto sobre lo que quería. Y ofrecía exactamente lo que necesitaba para destruir a aquellos que me habían destruido primero.

—Está bien —las palabras salieron antes de que pudiera reconsiderarlas—. Acepto. Me convertiré en tu Luna contractual. Te daré los mapas, la información, todo lo que necesites. Y cuando llegue el momento, me presentaré en ese consejo a tu lado.

Algo brilló en los ojos de Vex. Satisfacción, sí, pero también algo más complejo que no pude identificar.

—Entonces tenemos un acuerdo.

Extendió su mano, y después de un momento de vacilación, la estreché. Su agarre fue firme, pero no opresivo.

—El matrimonio contractual se formalizará en una ceremonia privada la próxima semana. Nada elaborado, solo los testigos necesarios. Después comenzará tu entrenamiento real.

Tomó la botella de purificador y la destapó. Un olor acre llenó el aire, haciendo que mis ojos lagrimaran.

—Bebe todo de una vez. No te detengas sin importar qué. El proceso comenzará de inmediato y será extremadamente doloroso. Pero cuando termine, las toxinas habrán sido eliminadas y tu cuerpo podrá comenzar a sanar verdaderamente.

Tomé la botella con manos que temblaban ligeramente. El líquido dentro se movía con una viscosidad antinatural, como sangre apenas coagulada.

—¿Qué tan doloroso?

—Sentirás como si cada célula de tu cuerpo estuviera siendo incinerada desde dentro. Durar varias horas. Pero estaré aquí todo el tiempo.

—¿Por qué?

—Porque eres mi responsabilidad ahora. Y porque si algo sale mal, necesito estar aquí para estabilizarte.

No había consuelo en sus palabras, solo hechos prácticos. De alguna manera, eso me resultó más reconfortante que cualquier promesa vacía.

Levanté la botella hacia mis labios, pero Vex detuvo mi mano.

—Una última cosa. Después de que tomes esto, tu cuerpo comenzará a despertar los poderes que tu hermana suprimió. No será gradual. Será violento e impredecible. Si en algún momento sientes que estás perdiendo el control, concéntrate en mi voz. Úsala como ancla.

—¿Por qué harías eso por mí?

Su sonrisa fue enigmática.

—Porque tengo demasiado invertido en ti como para permitir que mueras ahora, pequeña loba.

Antes de poder arrepentirme, llevé la botella a mis labios y bebí.

El líquido quemó como ácido al bajar por mi garganta. Por un momento no pasó nada. Luego, el dolor llegó.

No como una ola, sino como una explosión. Cada nervio de mi cuerpo se encendió simultáneamente. Grité, y la botella cayó de mis manos, haciéndose añicos contra el suelo.

Manos fuertes me sostuvieron mientras mis piernas cedían. Vagamente consciente de que Vex me había llevado al sofá en su estudio, colocándome con cuidado mientras mi cuerpo convulsionaba.

—Respira —su voz sonaba distante a través del rugido de agonía en mis oídos—. El dolor es temporal. Tu cuerpo está expulsando años de veneno acumulado.

Sentí como si mi piel estuviera siendo arrancada, capa por capa. Las llagas en mi rostro ardían con una intensidad que eclipsaba cualquier dolor que hubiera experimentado antes. Traté de gritar de nuevo, pero mi garganta estaba demasiado tensa.

—Concéntrate en mi voz, Seraphine. Estás atravesando el peor momento ahora. En unos minutos, el dolor comenzará a disminuir.

No le creí. No podía creerle cuando cada segundo se sentía como una eternidad de tormento.

Pero entonces, gradualmente, el fuego comenzó a apagarse. El dolor no desapareció, pero se volvió manejable. Pude respirar sin que sintiera como si mis pulmones estuvieran llenos de vidrio roto.

Abrí los ojos y vi a Vex arrodillado junto al sofá, observándome con una intensidad que habría sido inquietante si no hubiera estado tan agotada.

—Bien hecho —dijo suavemente—. La mayoría de las personas pierden la consciencia en los primeros minutos. Pero tú aguantaste.

—No... tuve opción —jadeé.

—Siempre hay opción. Elegiste luchar. Eso dice mucho sobre quién eres realmente.

Levantó una mano hacia mi rostro, vacilando justo antes de tocarme.

—¿Puedo?

Asentí débilmente, sin fuerzas para hablar más.

Sus dedos rozaron mi mejilla con una gentileza sorprendente, trazando el contorno de las llagas que durante semanas habían desfigurado mi rostro.

—Las erupciones ya están retrocediendo. Las llagas comenzarán a cerrarse esta noche. Para mañana, podrás ver tu verdadero rostro de nuevo.

Había algo en su tono, una nota de... ¿satisfacción? ¿Curiosidad? No podía descifrarlo.

—Descansa ahora —ordenó, poniéndose de pie—. Mañana comenzamos tu entrenamiento. Y en una semana, nos casaremos. Al menos en papel.

Mientras se dirigía hacia la puerta, reuní la fuerza suficiente para llamarlo.

—Vex.

Se detuvo, mirándome por encima del hombro.

—Gracias. Por... esto. Por todo.

Su expresión se suavizó casi imperceptiblemente.

—No me agradezcas todavía, pequeña loba. Apenas estamos comenzando.

La puerta se cerró detrás de él, dejándome sola con mi dolor menguante y la realización de que acababa de dar un paso del cual no había vuelta atrás.

Me había vendido a un demonio para destruir a otros.

Solo el tiempo diría si había tomado la decisión correcta.

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