Damon
Lo peor no fue que se fuera.
Lo peor fue que no me dejó nada suyo.
Ni una nota.
Ni una prenda.
Ni siquiera el aroma a canela quemada que solía impregnarlo todo cuando estaba cerca.
Se evaporó.
Como humo.
Como si nunca hubiera estado.
Y, joder… eso dolía.
Llevo cinco días buscándola. Cinco malditos días de rastros medio quemados, mensajes confusos, visiones que los raros del aquelarre no saben ni cómo interpretar. Todos me dicen lo mismo: “Cassie está dejando un sendero… pero no quiere ser encontrada.”
¿Y qué hago yo?
Ignoro a todos. Porque soy así de estúpido. Porque soy así de terco. Porque no sé vivir sabiendo que está allá afuera, sola, tragándose su fuego como si mereciera arder sola.
Recorrí media región, dormí en el auto, me alimenté de café frío y desesperación.
Visité a esa bruja ciega que Cassie odiaba, solo para que me dijera, sonriendo con sus dientes podridos:
—Ella está cayendo. Y tú… tú vas a seguirla.
Y sí. Lo haré.
Lo estoy haciendo.
El sexto día, la encontré.
No