Cassie
La primera vez que desperté sin Damon, juré que no volvería a cerrar los ojos.
No porque no pudiera dormir. Sino porque, al hacerlo, su rostro volvía a mí con una intensidad tan dolorosa que sentía que me desgarraba desde dentro. El eco de su voz, sus promesas, sus malditos silencios. Todo. Todo me seguía como una sombra pegada a la piel.
Y sin embargo, aquí estoy. De pie.
Respirando.
Luchando contra una tormenta que dejó de ser solo externa hace tiempo. Porque la verdadera tormenta ahora habita en mí. Él la desató. Él la calmaba. Y ahora, sin él, solo quedaba aprender a domarla sola… o ir a buscarlo y arriesgarlo todo.
“Cassie, debes dejarlo atrás”, me repito por enésima vez mientras cierro la maleta. Pero cada centímetro de mi cuerpo grita lo contrario.
Damon no murió. No físicamente. Pero el sacrificio que hizo lo convirtió en un fantasma de sí mismo. Un hombre que dejó atrás su vida, su nombre, su amor… por mí.
Lo peor no fue verlo marcharse. Fue verlo hacerlo con los ojos