CASSIE
Nunca pensé que un silencio pudiera arder. Pero lo hace.
Quema más que una llama, más que una confesión mal dicha o un beso mal dado. Y está entre nosotros. Invisible. Intenso. Espeso como niebla húmeda en el pecho. Él está allí, de pie, a escasos metros de mí. Y aunque no dice nada al principio, su cuerpo grita.
Damon.
Ese maldito nombre me revienta por dentro como un suspiro atragantado. Estoy fingiendo que no tiemblo. Que no me duele verlo. Que su cercanía no me desarma. Pero miento. Miento con una maestría que da miedo.
—¿Estás bien? —pregunta al fin, con esa voz ronca que me revuelca el estómago.
Podría decirle que sí. Que todo está bien. Que Lucian no me ha tocado desde hace días. Que me he convertido en un fantasma elegante que recorre el castillo con vestidos de seda y mentiras bordadas en las mangas. Pero no.
—¿Y tú? —respondo, sin darle lo que quiere. Sin ceder.
Damon frunce el ceño, sus ojos se clavan en los míos como si estuviera buscando algo que no tiene nombre. U