Cassie
El aroma de la noche cambió.
No fue algo drástico ni evidente. No hubo un trueno en el cielo, ni un portazo en el castillo. Fue algo más sutil. Como si el aire se tensara. Como si el mundo contuviera el aliento. Como si el mismísimo destino se diera cuenta de que algo acababa de fracturarse y se preparara para el estruendo.
Y Lucian… Lucian olió la grieta antes que nadie.
Yo lo vi. Desde la galería del segundo piso. De pie, inmóvil, mirando el bosque como si este le hablara en un idioma que yo no entendía. Sus ojos —esa mezcla venenosa de acero y sombra— se entrecerraron apenas. Sus labios se curvaron. No en una sonrisa. No. Fue una mueca de reconocimiento.
Como si hubiese captado el aroma de algo que no debía estar allí.
O de alguien.
Tragué saliva con esfuerzo.
Mi cuerpo, aún caliente del recuerdo de Damon, se enfrió en un segundo.
Y entonces supe que se avecinaba tormenta.
Cuando Lucian subió al castillo, no dijo una sola palabra. Ni una maldita sílaba. Solo caminó. Pasó jun