Mamá nos observaba en silencio, sabiendo exactamente lo que estaba haciendo. Su mirada lo decía todo: reconoció mi táctica. Después de todo, ella me había enseñado el arte de manipular emociones y situaciones, lo cual estaba dando resultado.
Papá bajó los hombros, y por primera vez en mucho tiempo, parecía no saber qué hacer. —Sara... —Ya no había rastro de ira en su voz, solo frustración—. No tienes que hacer esto, no hace falta que estés con Max para sentir que vales algo.
Me limpié los ojos y sorbí por la nariz. —Lo sé, lo siento.
Un silencio pesado nos envolvió. Papá me miraba fijamente, atrapado entre la ira y el remordimiento de no ser un mejor padre. Lo tenía justo donde quería. Mis lágrimas y mi voz quebrada eran pura actuación, pero funcionaba. Lo importante era que había logrado calmar su furia y distraerlo de mis verdaderas intenciones.
Finalmente, suspiró y se frotó la cara. —Hablaremos de esto más tarde. Solo... aléjate de Max por ahora, por favor.
Asentí con la mirada cla