El reloj marcaba las once de la mañana y el despacho de Rubén Colmenares estaba en completo silencio. Solo se escuchaba el suave zumbido del aire acondicionado y el golpeteo rítmico de sus dedos sobre el escritorio. Su mirada estaba perdida en el horizonte, fija en la ventana que mostraba una vista panorámica de la ciudad.
Tenía la otra mano apoyada en su barbilla, como si buscara respuestas en el vacío. Pensaba en ella… en Cristina. Desde aquel encuentro en la cafetería, su mente no había tenido un solo instante de descanso. Recordaba su voz, la forma en que lo miró con esos ojos llenos de tristeza, pero también de firmeza.
Y sobre todo, la frase que le había dicho Elio: “Ella sigue siendo mi esposa.”
Ese pensamiento lo carcomía por dentro. Sabía que debía mantenerse al margen, que no debía interferir entre ellos, pero su corazón no entendía de límites. Cristina lo había marcado demasiado profundo.
Mientras se perdía en esos pensamientos, escuchó el sonido de la puerta abrirse. Parpa