De pronto, un auto negro se detuvo bruscamente frente a la entrada del colegio, haciendo que varios padres y niños voltearan a mirar. Las llantas chirriaron contra el pavimento y el ruido captó la atención de todos.
La puerta se abrió con firmeza, y de ella bajó Laura, vestida con un conjunto impecable, elegante, pero su rostro traía algo más fuerte que cualquier accesorio: rabia contenida.
A su lado, un niño de unos cinco años, con la misma mirada oscura de Elio, la acompañaba de la mano.
Su andar era decidido, con un taconeo firme que resonaba en el pavimento como un tambor de guerra.
Cada paso que daba anunciaba un enfrentamiento inevitable.
Cristina, que estaba junto a Elio e Isaac, notó la tensión antes de entender lo que ocurría.
—¿Quién es esa mujer? —preguntó, frunciendo ligeramente el ceño mientras apretaba la mano de su hijo.
Elio la vio también, y su rostro cambió de inmediato: el gesto tranquilo que tenía se transformó en nerviosismo, un brillo de culpa y miedo asomándose