Cristina se quedó mirando por la ventana; la lluvia caía con insistencia sobre el cristal, mientras sus pensamientos giraban sin rumbo.
¿Quién será ese hombre…?, pensó, acariciando suavemente su vientre. Ese desconocido que me llevó en su coche hasta el hospital… ¿Por qué lo confundí con Elio?
Un nudo se formó en su garganta. No dejó ninguna nota, solo su nombre al ingresarla, como si quisiera que supieran quién era ella… y nada más.
La puerta se abrió y una enfermera entró con una bandeja metálica.
—Señora Bianchi, sus medicamentos —dijo con voz amable.
Cristina se apartó de la ventana y caminó lentamente hasta la cama.
—¿Qué son exactamente? —preguntó con curiosidad.
—Son vitaminas —respondió la enfermera con una sonrisa profesional mientras preparaba el suero.
Cristina se recostó, dejando que la mujer colocara con cuidado el medicamento. Sus ojos se perdieron de nuevo en el gris de la tormenta tras el vidrio.
¿Qué pasaría si Elio se entera de mi embarazo?, pensó, con un estremecimiento.
No… no puedo permitirlo. Él no debe saberlo. Tengo que pensar bien lo que haré desde ahora.
La puerta volvió a abrirse, interrumpiendo sus pensamientos.
—Buenas noches —saludó una voz conocida.
Cristina giró la cabeza y una sonrisa cansada se dibujó en su rostro.
—¡Oh, Jessica… por fin llegas!
La enfermera terminó de ajustar el gotero y se despidió con un gesto.
—Con su permiso. Que tengan buenas noches.
—Buenas noches —murmuró Cristina, mientras Jessica se acercaba.
Jessica se sentó a su lado y la miró con el ceño fruncido.
—¿Cómo te sientes? ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué estás aquí?
Cristina suspiró y trató de sonar tranquila.
—Estoy bien, amiga. No te alarmes tanto. Solo fue un desmayo.
Jessica alzó una ceja, incrédula.
—¿Solo un desmayo? No te creo nada… —señaló el gotero y los aparatos—. Entonces, ¿qué significa todo esto?
Cristina sonrió débilmente.
—Son solo vitaminas. Ven… dame un abrazo. Lo necesito más que nunca.
Jessica no dudó y la rodeó con sus brazos, apretándola con ternura. Una lágrima silenciosa se deslizó por la mejilla de Cristina.
Jessica se apartó apenas y la miró con preocupación.
—¿Por qué lloras? —preguntó suavemente—. ¿Llamaste a tu esposo? ¿Él ya sabe que estás aquí?
Cristina la miró, pero no respondió.
Jessica frunció el ceño y comenzó a buscar su teléfono en el bolso.
—Si no lo has llamado, yo puedo hacerlo por ti.
—No, Jessica —dijo Cristina con firmeza, deteniéndole la mano—. No lo llames.
Jessica se quedó mirándola, desconcertada.
—¿Qué sucede? ¿Por qué no quieres que lo llame?
Cristina bajó la mirada; un suspiro tembloroso escapó de sus labios.
—Elio y yo… nos divorciamos.
Jessica se quedó helada.
—¿Qué? —murmuró—. ¿Cómo que… te divorciaste? Pero… Cristina, tú amas a Elio con todo tu corazón. ¿Por qué?
Cristina alzó la mirada, rota.
—Porque él me lo pidió. Dijo que era lo mejor… que nunca me quiso. Que este matrimonio solo fue un acuerdo entre nuestras familias.
Jessica la observó, sin palabras al principio, y luego negó lentamente con la cabeza.
—Así que… por eso estás aquí. ¿Por qué te pusiste tan mal? —Le tomó la mano—. ¿Por qué no me llamaste? Yo habría ido contigo… y le habría dicho a ese hombre lo patán y grosero que es.
Una débil sonrisa cruzó el rostro de Cristina.
—No pensé que me llamaría para pedirme el divorcio… Salí de la mansión pensando que quería almorzar conmigo… pero no fue así.
Jessica pasó una mano por el cabello de su amiga, con un gesto lleno de ternura.
—¿Y qué piensas hacer ahora?
Cristina la miró fijamente, con una determinación nueva en los ojos.
—Quiero irme muy lejos, Jessica… desaparecer de la vida de Elio para siempre.