El despacho de Elio estaba en completo silencio, apenas roto por el rasgar de su pluma firmando un montón de documentos que cubrían su escritorio. Sus ojos estaban cansados, pero su expresión seguía siendo firme, calculadora… hasta que el timbre de su teléfono lo sacó de su concentración.
Frunció el ceño, sacó el aparato de su saco y miró la pantalla: era su asistente personal, el mismo al que le había confiado en secreto una tarea que llevaba años sin dar frutos.
Con un leve suspiro, respondió:
—¿Aló?
La voz de su asistente sonó entrecortada, como si dudara en hablar:
—Señor Caruso… ella… ha vuelto.
Elio se quedó inmóvil unos segundos, intentando procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Qué dijiste? —preguntó con voz baja, cargada de tensión.
—Su exesposa… ha regresado, señor.
Elio se levantó de golpe de su silla, con los ojos muy abiertos.
—¿Estás completamente seguro de eso?
—Sí, señor. No olvide que pusimos a un hombre en el aeropuerto con la orden de avisarnos si veía ese nombre. H