– Ecos de una resaca moral
La luz del sol se filtraba a través de las pesadas cortinas de terciopelo de la habitación, clavándose en los ojos de Rubén como agujas incandescentes.
Un gemido ronco escapó de su garganta antes de que pudiera siquiera abrir los párpados. Sentía la cabeza como si alguien estuviera martillando clavos oxidados en sus sienes, un dolor pulsante y rítmico que seguía el compás acelerado de su propio corazón. La boca le sabía a ceniza y a metal, el regusto inconfundible del exceso de alcohol barato mezclado con bilis.
Intentó moverse, pero el mundo giró violentamente a su alrededor. Se llevó una mano a la frente, presionando con fuerza, tratando de detener el vértigo.
Al deslizar la mano hacia abajo, se dio cuenta de algo que lo hizo detenerse en seco.
Estaba desnudo.
Rubén abrió los ojos de golpe, ignorando el dolor que la luz le provocaba. Se incorporó a medias, apoyándose en los codos, y miró a su alrededor con confusión. Estaba en su cama, bajo las sábanas de