– Ahogando el dolor
El rugido de las turbinas de la avioneta privada era lo único que lograba silenciar, aunque fuera parcialmente, el caos que retumbaba en la mente de Rubén.
Miraba por la ventanilla, observando cómo las nubes se deshacían bajo el ala metálica, pero lo que realmente veía eran los ojos de Cristina. Rojos. Hinchados. Llenos de un terror que él no lograba descifrar.
"No hay ninguna futura esposa", le había dicho él antes de salir. "Tú tienes tu mundo y yo tengo el mío", le había respondido ella con frialdad.
Rubén apretó el vaso de agua que sostenía hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Nada tenía sentido. La Cristina que él conocía no se rendía así. La mujer que amaba no lo echaría de su oficina a menos que estuviera siendo coaccionada.
—Elio —murmuró, y el nombre salió de sus labios como una maldición.
Tenía que ser él. Estaba convencido de que Elio Caruso la había amenazado, quizás con quitarle la empresa, o peor aún, con hacerle daño a Isaac. Y para asegur