La negación fue un golpe físico. Ares sintió como si le hubieran arrancado el suelo bajo los pies. Retrocedió un paso, tambaleándose, chocando su espalda contra el marco de la puerta.

El dolor fue tan agudo que tuvo que cerrar los ojos un segundo para no gritar.

Ella no sabía quién era.

Todos esos recuerdos, las risas, las promesas, el amor que habían construido contra todo pronóstico… todo había sido borrado. O peor, estaba enterrado bajo capas de trauma y miedo, inaccesible para él.

—Ya lo oyó —dijo Martha, volviendo a adoptar su postura defensiva, aunque con menos agresividad y más lástima esta vez—. Ella no lo conoce. Y si ella dice que se vaya, usted se va. Esta es mi casa.

Ares abrió los ojos. Respiró hondo, llenando sus pulmones con el olor a café y leña, tratando de anclar su mente. Si se iba, la perdía. Si se quedaba a la fuerza, la perdía.

Tenía que encontrar un punto medio. Tenía que negociar con el diablo si era necesario.

—No puedo irme sin ella —dijo Ares.

Su voz ya n