Capítulo 91. Un extraño a sus ojos.
Ares cruzó el umbral.
El interior de la casa era modesto, limpio y olía a leña quemada y a café pasado. El contraste con la frialdad de mármol de su propia mansión era brutal. Aquí había vida. Había hogar.
Sus botas, aún manchadas de barro del río, resonaban con un sonido hueco sobre las tablas del suelo mientras avanzaba por el pasillo estrecho.
Cada paso le costaba. Cada paso aumentaba el ritmo de su corazón hasta que lo sentía latir en la garganta.
¿Cómo estaría? ¿Qué tan grave era el golpe? ¿Lo reconocería aunque fuera un poco? ¿Quedaría algún rastro de su amor en esa mirada vacía que Elías había descrito?
Llegó al final del pasillo. Una puerta de madera pintada de blanco, con la pintura descascarada, estaba entreabierta. Una luz tenue, dorada y polvorienta, se filtraba desde el interior.
Ares se detuvo. Apoyó una mano en la pared para estabilizarse. Se limpió el sudor y la suciedad de la frente con la manga de su chaqueta, en un intento inútil de parecer menos amenazante.
Respir