Capítulo 87. Los fantasmas de una memoria.
El mediodía caía sobre la pequeña granja de los Vance con una pesadez húmeda y sofocante. El sol, que había logrado abrirse paso entre las nubes de tormenta remanentes, calentaba la tierra mojada, haciendo que el aire oliera a barro, a hierba cortada y a vida silvestre.
Lía estaba sentada en el porche trasero de la casa, con una cesta de mimbre llena de mazorcas de maíz; ahora estaban manchadas de tierra y almidón, con las uñas cortas y desiguales.
Sin embargo, ella sentía algo extrañamente reconfortante en el movimiento repetitivo de desgranar el maíz.
El sonido seco de los granos cayendo en el cuenco de metal era hipnótico. Le permitía no pensar. Le permitía concentrarse en la tarea inmediata: sacar el grano, limpiar la tusa, empezar con la siguiente. Era una vida simple. Una vida prestada, lo sabía, pero una vida al fin y al cabo.
Martha salió de la cocina secándose las manos en el delantal, trayendo consigo el aroma a pan recién horneado y café fuerte.
—No tienes que hacer todo e