Capítulo 75. Tengo al culpable.
El pasillo de la mansión Valerián nunca había estado tan silencioso, ni siquiera en las noches más oscuras del invierno.
Pero esa noche, el silencio tenía una cualidad física, pesada, como si la casa misma estuviera conteniendo la respiración ante la presencia del hombre que acababa de cruzar el umbral.
Ares entró chorreando agua y lodo. No se había quitado las botas, ni la chaqueta táctica empapada. El barro del río, mezclado con hojas muertas y la suciedad del bosque, dejaba un rastro negro sobre el mármol italiano impecable del vestíbulo.
A cada paso que daba, se escuchaba el sonido húmedo y pesado de su calzado, un chap, chap, chap que resonaba como el tictac de una bomba a punto de estallar.
Un par de empleados de servicio se pegaron a las paredes al verlo pasar, bajando la cabeza, temblando. Nadie se atrevió a preguntar.
Nadie se atrevió a ofrecerle una toalla o una bebida caliente. La energía que irradiaba Ares no era humana; era la de una tormenta contenida en un cuerpo mor