Capítulo 76. La muerte de la esperanza.

Un silencio pesado cayó sobre el sótano.

Lena respiró rápido, con pequeños jadeos entrecortados, como si el aire se le hubiera vuelto espeso.

Sus ojos iban del trozo de tela azul al rostro de Ares, buscando una grieta, una señal de duda, algo a lo que aferrarse. No encontró nada.

Sintió una mezcla de alivio y de pánico. Alivio, porque su rival, la impostora, la amenaza, había desaparecido. Pánico, porque el hombre que tenía enfrente no estaba reaccionando como un hombre enamorado en duelo.

Estaba reaccionando como un juez dictando sentencia.

—Yo… lo siento, Ares —intentó decir Lena, forzando un tono de compasión que sonó falso y metálico—. Es… es una tragedia terrible. Ella salió corriendo cuando nos vio y…

—No insultes mi inteligencia —la cortó Ares, suavemente—, no creo tus mentiras, Lena. Ya no.

Ares se inclinó hacia adelante, invadiendo su espacio personal. El olor a lluvia, barro y violencia que emanaba de él era abrumador.

—Sé que fuiste tú —dijo. No era una pregunta. Era una
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