—Suéltame. Ya ganaste, así que déjame en paz. Como ves, estoy retirándome —dijo Leah, armándose de valor. Ya estaba preparada por si Verónica intentaba golpearla otra vez.
—No sabes cuánto voy a disfrutar saber que estás lejos de Kevin. Lejos de mí. No imaginas cuánto te odio, cuánto te desprecio. Nunca debiste cruzarte en mi camino, maldita bastarda —escupió Verónica con crueldad.
—Kevin no hace esto por ti —replicó Leah con voz firme—. Lo hace por la memoria de tu hermana, de su esposa. Porque aunque te duela, Dulce fue su mujer, y tú solo intentas ocupar su lugar… algo que te queda muy lejos.
—Ojalá te mueras —rugió Verónica antes de marcharse, dejándola sola.
Leah respiró con dificultad. Su cuerpo aún temblaba mientras bajaba con la maleta en mano. En las escaleras, se encontró con Ana, quien también cargaba una pequeña valija. Por un momento, el corazón de Leah se asusta creyendo que su la mujer sería despedida por su culpa, pero la respuesta de Ana disipó aquella angustia.
—¿Qué