La noche parecía suspendida en un silencio espeso.
Leah, harta de todo, había cerrado sus antiguas redes sociales y abierto otras nuevas bajo nombres que nadie reconocería. No quería saber nada del mundo, y menos aún que el mundo supiera de ella. Sentada frente al tocador, la luz fría del espejo iluminaba su rostro marcado. Las sombras de los golpes de Verónica aún se dibujaban en su piel, recordándole que incluso el amor podía doler de maneras crueles.
—Te entiendo… —susurró, acariciándose la mejilla con dedos temblorosos—. Debe ser difícil amar a un hombre que siempre amó a tu hermana. Quizás me merezco estos golpes, pero no vine a quitarte nada. Kevin nunca fue mío.
El aire quieto de la habitación se quebró cuando la puerta se abrió sin aviso. Kevin apareció en el umbral, su silueta recortada contra la luz del pasillo. Leah se irguió de golpe, el corazón latiéndole con fuerza.
—¿No te enseñaron a tocar? —soltó con voz cortante, sin intentar ocultar su fastidio.
Kevin avanzó de