El reloj marcaba las dos y media de la tarde cuando el auto negro se detuvo frente al edificio de Hill Enterprises. Kevin descendió primero, con ese porte que imponía respeto sin necesidad de palabras. Leah, en cambio, bajó con paso más pausado, intentando mantener la compostura a pesar del ambiente denso que se había instalado entre ambos desde el almuerzo.
Apenas cruzaron el vestíbulo, varios empleados se inclinaron en un saludo respetuoso, y otros fingieron concentrarse en sus pantallas, conscientes de la tensión palpable. Kevin caminaba con su paso largo y firme; Leah lo seguía, ajustando la chaqueta blanca que contrastaba con la mirada fría de su esposo.
—En quince minutos empieza la reunión con la representante del grupo inversor —informó Arturo, acercándose con una carpeta en mano—. Señora Hill, el señor Hill pidió que revise los documentos antes de entrar.
Leah lo miró con seriedad y asintió. —Por supuesto, Arturo.
El asistente los condujo hasta la oficina contigua, donde