La tarde había caído sobre Valencia como un suspiro tibio, anticipando la llegada de una noche que prometía brillos, murmullos y pasos seguros en la alfombra de la gala. Kevin había pasado toda la tarde revisando documentos en silencio, mientras Leah descansaba un poco más de lo habitual. Los últimos días la habían dejado más cansada, pero aún así insistía en no perderse la gala; no por obligación, sino por acompañarlo. Porque él se había convertido en su lugar seguro, y aunque ella todavía no lo aceptara del todo, empezaba a sentirlo.
Kevin miró el reloj cuando la puerta del baño se cerró. Era el momento en que Leah comenzaría a arreglarse. Un reflejo de ansiedad, completamente ajeno a su carácter frío y calculador, le rozó la nuca. No sabía de dónde nacía esa necesidad irracional de querer verla primero, antes que el mundo entero; de grabar su imagen para sí mismo. Quizá era porque todo en Leah le provocaba una vulnerabilidad desconocida, una que él ocultaba con habilidad… excepto