La clínica privada se alzaba silenciosa en medio de la madrugada asiática, demasiado blanca, demasiado pulcra, como si intentara borrar con paredes impolutas la violencia de lo ocurrido una semana atrás. El accidente había sido muy fuerte. Una colisión nocturna en una carretera secundaria, lluvia intensa, visibilidad casi nula. El vehículo había salido de la vía tras un impacto lateral, girando varias veces antes de detenerse contra una estructura metálica. El informe era claro: politraumatismos, fracturas menores, múltiples contusiones y una lesión cerebral traumática que la mantuvo en coma inducido durante días.
Una semana.
Siete días suspendida entre la vida y la muerte.
Hasta ayer.
Kevin escuchaba la explicación del médico sin parpadear, de pie frente al escritorio, con las manos enterradas en los bolsillos del pantalón. Cada palabra parecía rebotar en su pecho antes de hundirse como una astilla.
—El despertar fue estable —continuó el doctor—. Confusión temporal, desorientación le