El aire se había vuelto espeso, como si las paredes mismas contuvieran la respiración.
El rostro de Verónica perdió todo color. La arrogancia que unos segundos antes dominaba su expresión se desmoronó de golpe.
—K… Kevin, yo… —balbuceó con torpeza. La mirada glacial del hombre la atravesaba, sin emoción, sin rastro de humanidad.
Un silencio sepulcral se extendió entre ellos.
Leah permanecía inmóvil, apoyando una mano en el suelo. El golpe le ardía, pero más ardía la humillación. Podía sentir el pulso desbocado de su corazón mientras intentaba asimilar lo que acababa de pasar.
Verónica, temblando, dio un paso al frente. Y entonces, las lágrimas comenzaron a correrle por las mejillas.
—Kevin… no, no lo entiendes —su voz se quebró—. Ella… ella me provocó. Leah habló mal de Dulce.
Kevin frunció el ceño, apenas perceptiblemente, pero no dijo una palabra.
Verónica, viendo ese silencio como una oportunidad, se aferró a él con desesperación.
—Dijo que tú debías olvidarla —continuó,