El reloj marcaba las 11 en punto cuando Kevin Hill empujó la puerta de su oficina.
El sonido del cerrojo electrónico se mezcló con el murmullo lejano de los teléfonos en los otros pisos y el suave zumbido del aire acondicionado.
Había pasado toda la mañana intentando calmar el torbellino interno que le había dejado la reunión con Samuel Alvar.
Ver la mirada de aquel socio sobre Leah lo había enfurecido más de lo que estaba dispuesto a admitir, incluso ante sí mismo.
La puerta se cerró tras él con un suave clic.
Y, por un instante, disfrutó del silencio.
Ese silencio frío, perfecto, que solo se rompía con el sonido rítmico de su reloj de pulsera.
Pero su momentánea calma se quebró apenas dio unos pasos.
Una figura femenina estaba de pie junto al ventanal.
Llevaba un vestido gris perla, ceñido a la cintura, y el cabello castaño oscuro caía con un ligero brillo sobre sus hombros.
Al escuchar el ruido de la puerta, la mujer se giró con una sonrisa que intentaba ser encantadora.
—Buenos dí