El amanecer llegó con un matiz dorado sobre los muros de piedra de la Villa La Matilde. El aire fresco del Jardín se filtraba entre las cortinas del gran ventanal, trayendo consigo el aroma a tierra húmeda y a flores silvestres que bordeaban el camino principal. En el interior, la calma era solo aparente; bajo aquel techo, el silencio escondía una tensión tan densa que podía cortarse con un suspiro.
Leah descendió las escaleras con paso sereno, enfundada en un elegante traje negro que realzaba su porte sobrio. Sus cabellos aún húmedos caían en ondas ligeras sobre sus hombros, y aunque su rostro lucía tranquilo, sus pensamientos eran un caos. La noche anterior había sido un torbellino de emociones, uno del que aún no encontraba salida.
En el comedor, Kevin ya estaba sentado. Vestía impecablemente, con el primer botón de la camisa desabrochado y el periódico extendido frente a él. Ana se movía con agilidad entre la cocina y la mesa, colocando los platos con delicadeza. El sonido del c