El portazo resonó por toda la villa, haciendo eco en los pasillos silenciosos. Kevin caminó con paso firme por el corredor, sus hombros tensos y su mandíbula apretada. Cada palabra de Leah en el desayuno seguía clavada en su mente como una aguja envenenada. “Tu presencia contamina el aire.” Esa frase le martillaba el pensamiento una y otra vez. La había escuchado tan claro, aunque no se lo había dicho de frente, él ha escuchado el susurró de las palabras de ella.
Abrió la puerta del despacho y la cerró detrás de sí, dejando que el ruido amortiguara su rabia. El ambiente olía a madera, cuero y café frío. Se quitó el saco, lo dejó sobre el respaldo de la silla y se sentó con pesadez frente al escritorio. Sus dedos tamborileaban sobre la superficie de cristal mientras su mirada permanecía fija en el ventanal.
El amanecer ya se había convertido en un cielo grisáceo, cubierto de nubes. Parecía que hasta el clima reflejaba su estado de ánimo. Apretó los puños y exhaló con fuerza.
—Maldita