La música envolvía el salón con una elegancia calculada, cuerdas suaves y notas profundas que parecían flotar entre los invitados como un susurro constante. Kevin observó el reloj apenas un segundo antes de inclinarse hacia Leah.
—Voy a saludar a un socio —le dijo en voz baja—. ¿Vienes conmigo?
Leah levantó la mirada, y por primera vez en toda la noche dejó escapar un suspiro que no era de admiración, sino de cansancio.
—No… —respondió con suavidad—. Estoy un poco agotada. Te espero aquí.
Kevin frunció el ceño apenas, un gesto breve, casi imperceptible para cualquiera que no lo conociera. Se inclinó y rozó con los labios la sien de su esposa, un contacto rápido, protector.
—No tardo.
Leah asintió, acomodándose mejor en el sillón tapizado de terciopelo oscuro. Observó cómo Kevin se alejaba con pasos firmes, la espalda recta, la presencia imponente que parecía abrir espacio a su alrededor sin necesidad de palabras. Cuando desapareció entre los invitados, Leah apoyó la espalda y c