Vladislav
La sangre fresca corría por mis venas como un río de fuego, restaurando cada célula de mi cuerpo. Después de semanas de debilidad, finalmente me sentía como yo mismo otra vez. El poder ancestral que había definido mi existencia durante siglos volvía a fluir por mi ser, despertando al depredador que había permanecido dormido demasiado tiempo.
Me incorporé del lecho donde había pasado mi convalecencia y contemplé mis manos. Ya no temblaban. La palidez enfermiza había desaparecido, dando paso a mi habitual tono marmóreo. Sonreí, sintiendo cómo mis colmillos se extendían ligeramente ante la anticipación de volver a ser quien siempre había sido: Vladislav Vasiliev, el temido, el respetado, el indomable.
Pero algo había cambiado en mí. Luna. Ella había permanecido a mi lado durante mi debilidad, cuando cualquier otro habría aprovechado para derrocarme. Cuando cualquier otra habría huido. Su lealtad me desconcertaba tanto como me atraía.
Esa misma noche convoqué al consejo. Cuando