David
—Necesito que nos veamos ahí. Es urgente —me dice Gustavo.
—¿Urgente? —resoplo, mientras intento terminar los últimos detalles del collar que estoy diseñando.
Volver a ver a Ámbar tan de cerca, aunque no en la situación que hubiera deseado, me ha inspirado. En tan solo unas horas, he logrado tener un diseño completo, cuando normalmente me tardo días o semanas.
—Sí, urgente. No, urgentísimo. Si no vienes a hablar conmigo, haré una tontería.
—¿Qué harás? ¿Chocarás contra una palmera a veinte kilómetros por hora?
—Reconoce que me pude haber muerto —se ríe.
—No, el coco se pudo haber partido si te caía en la cabeza, pero dudo que murieras. Dicen que la hierba mala nunca muere.
—Y eso nos lleva a tu padre. Seguro que no se muere.
—Si quieres que te sea sincero, no estoy muy seguro —digo, perdiendo todo rastro de humor—. Esta vez no parecía ser él mismo, y ha adelgazado demasiado. Ya ni siquiera puede hablar bien.
—Bueno, pero ya le tenía que llegar su hora.
—Sí, supongo que