Ámbar
Después de que se fue David, no pude hacer más que llorar en los brazos de Anastasia. No pude encontrarle las palabras para explicarle lo que pasó, pero ella, de algún modo, ya lo sabía, así como también Joshua, que también trató de consolarme.
Pero simplemente, nada ni nadie puede consolarme. El dolor que me causó David con sus dudas hirió de manera permanente mi alma. Habría entendido que dudara por sí mismo, considerando todo lo que supo y confirmó de mí, pero no que una llamada cambiara su determinación de amar a nuestro bebé.
Tan pronto como la enfermera se va con los pedazos de jarrón, que Joshua se encargó de reponer, me pongo la ropa y menciono que quiero el alta voluntaria.
—¿Estás segura, niña? —me pregunta Anastasia, dudosa—. Me preocupa que te desmayes de nuevo.
—No quiero estar aquí. No quiero que David regrese, porque sé que lo hará, y siempre vuelve para hacerme sufrir más. Ya no quiero eso.
Vuelvo a sollozar, con el rostro entre las manos. Anastasia, que si