David
El dolor de cabeza me está matando. No he podido cerrar los ojos en toda la noche. ¿Cómo puedo dormir cuando no dejo de imaginar a Ámbar entre los brazos de ese imbécil? Sé que no toda la culpa fue suya, por supuesto que no. Él debió engatusarla.
Al amanecer, me levanto de la silla. El despacho ya no es lo que era cuando llegué, hace dos días. Ahora está destrozado, y las botellas de alcohol están desperdigadas por toda la casa. Ahora que estoy sobrio, el dolor y el vacío que Ámbar me dejó al irse vuelven a mí. Mi pecho arde de celos, indignación y frustración por no haberla obligado a regresar.
Me he vuelto tan masoquista gracias a ella que hasta prefiero ser infeliz con ella aquí que serlo en su ausencia. No puedo soportar que él ni nadie la tenga, y ahora sé que eso es porque me enamoré de ella como un idiota. Por más que intenté negarlo durante toda la noche, hundido en la desesperación, ahora no puedo hacerlo.
Si no la amara, nunca le habría diseñado un maldito collar.
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