Ámbar
El departamento de Joshua me deja con la boca abierta por su lujo. Las cortinas del ventanal que da a la terraza se corren solas cuando él da la orden a su asistente virtual, quien parece encargarse de muchas otras tareas en casa.
—Programaremos tu voz para que puedas darle órdenes, ¿sí?
—¿No tendrás problemas con los dueños? —preguntó con nerviosismo.
—No, en realidad lo pedí para dos personas, así que está bien. —Se encoge de hombros.
—¿Qué?
—Desde que comenzamos a escribirnos, pensé que podría pasar algo como esto —admite mientras caminamos hacia la sala, donde hay un enorme sofá en forma de C. La pantalla abarca casi por completo la pared principal.
—No me extraña, siempre has sido demasiado previsivo.
—No del todo —murmura, con un cierto deje de amargura en la voz.
—¿Qué?
—Te mostraré la habitación, Ámbar. Necesito enseñarte a usar todo antes de dejarte, no quiero que tengas dudas.
—De acuerdo.
Joshua se pasa más de media hora explicándome el funcionamiento de la casa. Le pr