Ruth
Gustavo nos saca a mí y a Charlie de la casa y nos lleva al jardín. Odio que mi bocota haya arruinado lo que debía ser el momento más lindo para mi amiga, pero simplemente no pude más. Mi conciencia me traicionó.
Ahora no sé qué voy a hacer para evitar que Charlie nos mate a los dos. Porque lo hará. Nos está mirando con esa furia muda, con los brazos cruzados, igual que cuando está a punto de explotar como un volcán de categoría apocalíptica.
—¿Por qué la tía Ámbar dijo que Gustavo es mi papá? —pregunta al fin.
—Porque es verdad —se adelanta a decir Gustavo antes de que yo pueda inventar cualquier cosa.
Bueno, ya no hay marcha atrás. Fue lindo vivir mientras duró.
—Pero tú eres tonto, no puedes ser mi papá.
—Pues lo soy, Charlie —Gustavo se encoge de hombros—. Soy tu padre, y si no te lo dijimos fue porque no queríamos que te enojaras como lo estás haciendo ahora. Ya sé que no te agrado, que quizás hubieras querido tener otro papá, pero eso es algo que no se puede controlar