Zahar…
A veces el tiempo se estira como un hilo viejo que amenaza con romperse, y otras, se enreda sobre sí mismo hasta asfixiar. Hoy fue de los primeros: largo, espeso, insípido. Había leído tres libros seguidos sin retener nada. El mar no me calmó y las piedras del barrio me dolieron en los pies. Y hasta las flores que aún sobreviven en el balcón me parecieron impertinentes.
Estaba harta de ese silencio romántico que muchos idealizan como paz. No era paz, era letargo y exilio.
Así que decidí hacer algo que llevaba días postergando.
Salí con el entusiasmo suficiente, y me compré un móvil nuevo, junto con una laptop sencilla y no de mucho lujo.
Entré a una tienda pequeña de tecnología, donde una joven muy amable me ayudó a activarlo. No necesitaba una línea internacional, solo acceso a internet, correo y noticias, lo demás me sobraba. Nadie iba a llamarme y nadie sabía dónde estaba, ni nadie debía saber.
Cuando llegué a casa, encendí el móvil y configuré mi viejo correo, aquel que sol