CAPÍTULO 52 AMOR Y REDENCIÓN
Kereem…
Las horas pasaron como una eternidad disfrazada de rutina.
El sonido constante de los monitores se volvió parte de mi respiración. Cada pitido marcaba el ritmo de algo que no pensaba soltar jamás: su vida. Su cuerpo aún mostraba las secuelas del infierno por el que pasamos.
El primer día no se levantó de la cama, apenas comió y habló muy poco. La fiebre bajó en la madrugada tras la segunda ronda de antibióticos, y cuando abrió los ojos esa mañana, lo primero que hizo fue buscarme con la mirada.
—¿Sigues aquí? —preguntó con voz débil.
Me incliné y la besé suavemente en la frente y luego fui a su boca.
—Siempre… Donde estés tú… estoy yo.
No tenía fuerzas para replicar, pero sonrió. Y esa maldita sonrisa fue suficiente para sostener el cielo en mi espalda por otras veinticuatro horas.
El segundo día fue distinto.
La vi sentarse, con ayuda. Caminó hasta el baño sostenida de mi brazo, sus piernas temblaban, pero se negó a que yo la cargara. Me desafió c