CAPÍTULO 36 AMOR Y REDENCIÓN

Zahar…

Me desperté antes del amanecer, dormir fue imposible.

No importaba que el colchón fuera más suave que una nube o que la suite tuviera paredes insonorizadas y luces tenues que intentaban imitar calma. Mi cuerpo estaba hecho de electricidad, de rabia contenida, de miedo enquistado en los huesos y, sobre todo, de sexo para poder drenar esta tensión tan grande, pero tampoco nos ayudó mucho.

Mi miedo por lo que le pudiera ocurrir a Kereem era más grande, y mi mente no dejaba de pensar en los posibles escenarios.

Esto era grande.

Literalmente sentía un agujero negro en el pecho, aún y cuando estaba en sus brazos, aun cuando durante mucho tiempo repetí como un mantra: aún estás aquí, aún estás aquí.

Caminé por la habitación como una fiera encerrada, mientras Kereem hablaba con Asad en voz baja por un canal seguro. Él parecía sereno, esa calma suya que no era natural, que era aprendida y totalmente forzada.

Cada vez que lo miraba, imaginaba de nuevo el punto rojo de aquel maldito visor
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