Zahar…
No dije una palabra, solo caminé hacia afuera sin aceptar su mano, pero si su propuesta de irnos a otra parte a hablar.
Lo necesitábamos después de todo.
Caminé hacia la camioneta sin mirar atrás, con los dedos crispados y los pulmones pidiendo un poco de paz que no llegaba. Mis pasos eran firmes, pero dentro de mí, el temblor era incontrolable. Sentía a Kereem a mi espalda con sus ojos, quemándome la nuca como brasas.
La camioneta esperaba, oscura, blindada y silenciosa, y me subí sin mirarlo cuando Asad me abrió la puerta, no porque no quisiera… sino porque sabía que, si lo hacía, me perdería.
Él no subió de inmediato. Se quedó afuera, dando órdenes a Asad, que asentía como un perro fiel, obediente y adiestrado, sin cuestionar, sin pestañear. No había rastro de duda en su postura, ni un gesto que traicionara su lealtad
Vi también los gestos de Kereem, la forma en que marcaba los tiempos con los dedos, cómo hablaba sin subir la voz, y, aun así, parecía que sus palabras tenían