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Jugada maestra
Jugada maestra
Por: Ivi Moreno
Prologo: En la mira del depredador.

¿Qué sentido puedes encontrarle a la vida cuando fuiste educado como un arma mortal incapaz de sentir?, cuando tu corazón se ha endurecido de tal manera que solo vives para matar, para ser el monstruo en que te han obligado a convertirte.

Respiró profundo, una y otra vez; como si deseara que su cuerpo comenzara a experimentar algo más que ese vacío existencial que le calaba hasta los huesos.

— ¿Va.Vas a matarme? — pregunto su víctima tendida en el suelo, bajo el peso de la bota militar que su agresor presionaba contar su pecho.

Los ojos verdes del depredador se clavaron sobre él, una mirada fría, distante, la de un cuerpo sin alma.

— ¿Tu qué crees? — una sonrisa encantadora, casi hipnótica se dibujó en sus labios mientras apuntaba su arma hacia la cabeza del hombre caído.

— Por favor Gianni, te lo ruego… yo… yo cometí un error… pero puedo remediarlo… dame la oportunidad de remediarlo… te lo suplico, tengo familia… tengo un hijo…

El lloriqueo desesperado hizo que pusiera los ojos en blanco. Como odiaba la debilidad, la desesperación que comenzaba a emanar de sus víctimas a la hora de enfrentar la muerte.

— Debiste pensarlo antes… antes de provocar al depredador — sin más apretó el gatillo, un balazo certero entre las cejas, limpio.

«Demasiado fácil»

El pensamiento le carcomió las entrañas. No lograba recordar la última vez que algo había despertado emoción alguna en él. Suspiro, encendiendo un cigarrillo, dando una calada larga e inclinando la cabeza hacia atrás al soltar el humo.

Poco importaba la docena de cadáveres que le rodeaba, poco importaba le olor a sangre derramada y a desesperación que le quemaba los pulmones.

Saco su telefono celular, marcando un número que conocía de memoria.

— Ya está hecho — anuncio, apenas la línea se conectó.

— Bien hecho — respondió la voz femenina del otro lado, colgó, sin querer escuchar lo que seguía, el ofrecimiento de su “recompensa”, conocía la rutina muy bien y esa noche no tenía ganas de ejecutarla.

Dio una última calada antes de dejar caer el cigarrillo, apagándolo son el tacón de su bota. Dio media vuelta, dejando atrás la huella de la muerte que él mismo había impartido.

Se enfrentó al frio nocturno, a la brisa que anunciaba la eminente llegada del invierno en San Petersburgo.

Respiro profundo, antes de acercarse a su auto y despojarse de la camisa manchada de sangre, lavo su cara, manos y cuello con el contenido de una botella de agua que aguardaba por él. Se enfundo en una camisa nueva, que se adhería a su cuerpo como una segunda piel.

Y finalmente emprendió camino, ¿A dónde?, no lo sabía, solo sabía que estaba buscando algo… algo que hiciera vibrar su interior, algo que le recordara que era más que el arma mortal que la maldita DIGE había formado.

Su telefono vibro, una nueva coordenada, una nueva víctima que caería en sus manos, observo la dirección unos segundos, las jodidas indicaciones que lo llevarían hacia su presa, una vida más que debía apagar como tantas veces había hecho.

Piso el acelerador a fondo, mientras más rápido terminara con esto, más rápido regresaría a revolcarse en su miseria.

En un abrir y cerrar de ojos llego a una enorme mansión, abarrotada de adolescentes disfrazados, bebiendo, bailando… desenfrenados, frenéticos… ignorantes al depredador que acechaba entre las sombras.

Observo por última vez la información de su víctima: La Koroleva de la Bratva, la heredera menor de uno de los mafiosos más peligrosos de Rusia, del mundo.

Una sonrisa peligrosa surco sus labios, sin duda ese era un trofeo que cualquiera desearía encontrar. Y ahora sería suya… completamente suya, para observar como la vida escapaba de sus ojos.

La satisfacción siniestra, anticipada, vibro en su pecho. Había nacido para convertirse en una leyenda y la Koroleva sería solo uno más de los cimientos de su grandeza.

Guardo su arma con silenciador en la cintura trasera de su pantalón, escondió el haladie (navaja de doble hoja) en su cintura, existían presas que merecían una muerte más íntima, quizás ella sería una de esas.

Se colocó el pasamontaña con diseño de calavera y se adentró en la multitud. Abriéndose paso entre los jóvenes que bebían y bailaban como si no existiera un mañana.

«Ahí esta»

La encontró en el medio de la pista, contoneándose al ritmo de la música, rodeada de chicos que intentaban obtener su atención, sin recibir más que su rechazo glacial.

Iba vestida con un ridículo vestido de hada en color negro y en sus mejillas tenía dibujadas mariposas cuyas alas se enredaban hasta complementarse con el maquillaje de sus ojos.

Se acercó a grandes zancadas, sosteniendo el haladie oculto entre la manga de su camisa y la palma de su mano.

Y en ese momento ella giro… sus ojos azules como los lagos helados se encontraron con los suyos, anclándose con una energía magnética que le robo el aliento.

Ella sonrió… como una ninfa peligrosa que ha captado la atención de un sátiro, de un depredador con ansias de poseerla.

El mundo de Gianni se tambaleo, no en un sentido físico, sino mucho más profundo, más peligroso.

Esos ojos de ninfa y esa sonrisa depredadora lo atrajeron con una fuerza similar a la que la gravedad ejerce sobre la tierra. Y antes de darse cuenta ya estaba de pie junto a ella, sus sentidos siendo inundados por su fragancia, una mezcla exótica: jazmín, hielo y algo inexplicablemente suyo.

— ¿Bailas? — pregunto echándole los brazos alrededor el cuello sin esperar respuesta, su voz… una melodía que logro alterarle la química de su cerebro.

«Que mierda» no sabía cómo ni porque, pero se sentía capturado en una red, de peligrosa atracción y seducción que ella había tejido a su alrededor en segundos.

Sus manos, fuertes y acostumbradas a la violencia se posaron sobre su cintura, comenzando a moverse al compás de la música, guiado por la fluidez del cuerpo ajeno, hipnotizado por su esencia, por su calor, por el reto silencioso que brillaba en su mirada.

— ¿Viene a matarme, señor asesino? — pregunto ella, con un tono seductor que provoco que el corazón de Gianni se saltara un latido.

— Así es, vengo a matarte — respondió, su voz profunda amortiguada por el pasa montañas.

Ella soltó una carcajada, antes de inclinarse y susurrarle al oído.

— Me parece que no está haciendo un buen trabajo, señor asesino… no se baila con la víctima — esta vez la carcajada, rica, sincera, nació del pecho de Gianni.

— Tienes razón, no estoy haciendo un buen trabajo — reconoció, un atisbo de sonrisa aun surcando sus labios.

Sabía que estaba en cualquier momento podría dar la puñalada mortal, el tiro de gracia y acabar con todo. Pero por primera vez en mucho tiempo no quería hacerlo. No quería apagar esa chispa que brillaba en esos ojos gélidos.

No quería dejar ir esa extraña sensación que se había instalado en su pecho, que había despertado en él un interés tan genuino como peligroso. Porque algo en ella lo envolvía, lo fascinaba.

Era como una araña tejiendo la red a su alrededor, donde su presa caía sin darse cuenta, hasta que ya era demasiado tarde.

— Esto es una locura — confeso, no sabía si para él o para ella.

Ella lo miro, una sonrisa arrogante dibujándose en sus labios.

— Lo se… y eso lo hace mucho más interesante, ¿no lo cree, señor asesino? — se inclinó muy cerca de él como si quisiera besarlo a través de la máscara.

Y él saboreo ese contacto fantasma, deseando apoderarse el calor de sus labios y entonces… ella se alejó, dándole la espalda y mirándolo sobre su hombro, guiñándole un ojo de forma descarada antes de seguir moviéndose, seductora, peligrosa y terriblemente irresistible.

Gianni sonrió… al parecer había encontrado un juego mucho más interesante que la cacería: la conquista.  

Y como alguien que no está acostumbrado a rendirse, disfrutaría cada partida en este tablero desconocido.

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