El sol del desierto de Nevada caía a plomo sobre un motel de carretera de aspecto anodino en las afueras de Las Vegas. "El Oasis" prometía descanso en su letrero descolorido, pero solo albergaba polvo, desesperación y ahora, una amenaza muy específica. Dos Suburban negras, sin placas, se deslizaron como sombras hasta detenerse frente a la hilera de habitaciones en la parte trasera, lejos de la mirada curiosa de la Ruta 15. Las puertas se abrieron en silencio.
Isabella salió primero, impecable incluso después de horas de rastreo. Sus ojos escudriñaron la puerta marcada con el número 12. Charly la siguió, ajustándose los puños de su camisa blanca bajo el chaleco antibalas táctico que llevaba sobre un blazer oscuro. Sus ojos carecían de su calidez habitual; ahora eran espejos de una determinación letal. Detrás de ellos, seis guardaespaldas, hombres de movimientos fluidos y rostros impasibles, se desplegaron como una extensión silenciosa de su voluntad. Todos armados con subfusiles compac