El aire en la habitación aún vibraba con la electricidad de la promesa rota, la seducción interrumpida. Gianni no había cedido un ápice de su posición dominante. Su mano sujetaba la barbilla de Ivanka, forzándola a mantener la mirada clavada en sus ojos verdes, profundos como pozos de bosque envenenado.
— Dime, Ivanka... — susurró, su voz un roce de terciopelo negro contra la piel de ella —. ¿Estás dispuesta a entregar todo en este juego?
El corazón de Ivanka latía contra sus costillas como un tambor de guerra. La pregunta resonaba, peligrosa, íntima, una invitación al abismo que Gianni representaba. Abrió los labios, buscando aire, buscando una respuesta que no fuera un suspiro de rendición. Pero antes de que un sonido escapara, la realidad irrumpió con violencia.
¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Golpes firmes y rápidos en la puerta, seguidos por la voz alegre pero implacable de Lulú:
— ¡Señorita! ¡Su padre la está esperando para desayunar! ¡Dice que no le gusta esperar!
El hechizo se rompió. Ivank